martes, 15 de diciembre de 2009

Sin Titulo (temporalmente) cuarta parte (borrador)


Fue entonces cuando Zed, se acerco con pasos cautelosos hacia esa puerta roja, justo al lado del escritorio de la recepcionista. Volteo cautelosamente para ver a la hermosa mujer, sentada ahí a un lado, su cara mostraba que disfrutaba de ver a una mujer tan bella. Una expresión de incomodidad apareció en la cara de la joven mujer, que continuaba sin dirigir la vista al hombre, Zed volvió la vista rápidamente hacia enfrente, ese color rojo lo distraía, tomo con su mano la metálica perilla color amarillo que parecía brincar de todo ese color rojo y la giro para abrir, la puerta abrió suavemente, desde dentro se escucho una voz – ¡Zed que gusto me da de verte muchacho!-, Zed entro a la habitación y con cuidado cerró la puerta, volteo hacia el hombre y dijo -¡El gusto es mío señor, como siempre!.
Se encontraba en una elegante oficina llena de espejos, con un ventanal enorme que dejaba apreciar una en verdad hermosa imagen de la ciudad. El Sr. Merickor era un hombre elegante, petimetre, siempre de traje y sentado tras ese enorme escritorio totalmente hecho de cristal espejeado, con una sonrisa eterna en la cara, esta era la única imagen que Zed le conocía. Zed no sabía en realidad mucho del hombre, entrando a su oficina comenzaba en realidad otra rutina, se sentaba en una esplendida silla de madera con asiento de colchoncillo rojo, ponía su gran maletín café sobre sus piernas, lo abría de modo que solo él veía su contenido, sacaba 13 bolsas que colocaba sobre la reflejante superficie del escritorio, volteaba a ver a la cara al Sr. Merickor, que correspondía con una sonrisa. Entonces decía - ¿Pagara en efectivo o lo abonare a su cuenta? ,el Sr. Merickor reía y decía –claramente será en efectivo mi amigo- tomando de por debajo de su escritorio catorce chonchos mazos de billetes y colocándolos frente a Zed. Una sonrisa se dibujaba en la cara del grandulón, tomaba con ansia el dinero y lo guardaba en el espacio de su maletín, donde anteriormente se encontraban las bolsas con marihuana.
En el rostro del elegante Sr. Merickor también se formaba una gran sonrisa, dejando ver sus blancos y perfectos dientes, tomaba abrazando con los dos brazos las 13 bolsas, cerrando los ojos las olía profundamente. Luego como por intuición tomaba una i la apartaba de las demás, la miraba por unos segundos y tomando una navaja de uno de todos esos misteriosos cajones de su escritorio abrió la bolsa, metió la mano en una de las bolsas de su saco y saco unos exquisitos papeles para fumar adornados con delicadas impresiones color dorado, eran papeles grandes. Tomando una buena cantidad de yerba con sus gruesos dedos, la colocaba en el papel, acomodaba la verde hierba con cuidado, llevaba el conjunto a su boca y rápidamente el cigarro estaba listo. Zed miraba atento todo el procedimiento, el Sr. Merickor con ojos emocionados levantaba la vista del cigarrillo hacia la cara de Zed y preguntaba - ¿Me acompañas? , Zed tan solo respondió –naturalmente-.
La oficina se llenaba de humo, el cigarrillo pasaba de los dedos del Sr. Merickor a los dedos de Zed, los dos fumaban alegres, no charlaban, tan solo reían. Cuando el cigarrillo se terminaba, los dos tenían unas caras más relajadas, aun así el elegante Sr. Merickor no deformo ni un poco su postura, el único cambio fue tan solo ese color rojo en sus ojos. Zed dijo –Gracias señor, un placer compartir un buen cigarrillo con usted-, el señor Merickor viendo a Zed como un padre miraría a su hijo dijo al gran hombre –créeme que el placer es mío buen amigo- .
A un lado del escritorio del Sr. Merickor se encontraba una especie de entrada a una pequeña tubería, el dandi tomaba las trece bolsas que había dejado de un lado una a una en esta extraña tubería, Zed miraba atento, con una expresión totalmente desconectada, nunca tuvo el atrevimiento para preguntarle a su comprador sobre la naturaleza de ese artefacto o a donde era que conducía a las bolsas llenas de verde marihuana. Mas en su mente creaba la atractiva idea de que era un especie de despachador, un mecanismo que preparaba cigarrillos automáticamente y los distribuía a todas las oficinas del edificio, una tubería enorme echa especial y únicamente para distribuir hierba a todas las habitaciones del edificio. Sonreía aun con esa visión en su mente, volteaba hacia el rostro del Sr. Merickor, que se encontraba ya con los dos brazos sobre su escritorio y los dedos de sus manos cruzados entre ellos. Levantándose de la cómoda silla de madera, estiraba la mano hacia la del elegante hombre, las estrechaban en señal de amistad, Zed decía –Ok señor, hasta la próxima entrega- , El señor Merickor correspondía a la despedida con un simple –Hasta entonces-. Soltaban sus manos, Zed se dirigía nuevamente hacia esa puerta roja, esta vez para salir de la oficina.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Sin Tìtulo (temporalmente) tercera parte (borrador)



Una expresión de desconcierto inundaba la cara del hombre, miraba hacia el techo del camión, bajando la cabeza recorrió con la vista el camión entero, se relajo dando un gran suspiro y apretó en sus brazos el gran maletín, acercándolo disimuladamente a su nariz, ese olor lo relajaba. Había tan solo tres personas en el camión sin contar al conductor de este, todas las miradas se volvieron hacia Zed, dándose cuenta de esto el observado, movió los ojos de un lado para otro, sin enfocar nada en su trayectoria, tosió llevándose la mano a la boca y volteo hacia la ventana.
La gente volvió a lo suyo, Zed escucho varios comentarios que lo hicieron enfurecer, apretó fuerte el maletín, había furia en su cara, los que conocen a Zed, saben que no deben hacerlo enfadar, faltaban algunas cuadras para que llegara a su destino, luchaba por calmarse, la respiración del hombre se oía en todo el autobús, las tres personas volteaban de una en una lentamente y con miedo. El conductor pasando saliva, observaba por el espejo retrovisor a Zed sentado justo en medio de la parte trasera del autobús, no era la primera vez que recogía con su camión al temperamental hombre y tampoco era la primera vez que los demás pasajeros lo hacían enfadar. El camión corrió más rápido, nerviosamente el chofer apretaba el acelerador y trataba de llegar lo más rápido posible al destino de Zed, mientras que el en su lugar al fondo del camión, retorcía su cuello y trataba de aspirar con premura el grueso aroma a marihuana que desprendía el maletín desde su interior. Zed se llevo la mano a la cara, apretándola, entre sus dedos, sus ojos furiosos miraban fijamente al conductor, el camión dio un acelerón. Zed se levanto de su asiento, todos voltearon horrorizados, Zed miro fija pero rápidamente a cada pasajero, dio un cuarto de vuelta y presiono el timbre que indica al chofer, que alguien quiere bajar del camión en la próxima parada, lo presiono tan fuerte que doblo el tubo donde este estaba colocado, el camión se detuvo, Zed bajo, tan pronto toco la acera, el camión escapo rápidamente.
El enfadado grandulón se encontraba en el lugar de siempre, parado frente a ese enorme edificio lleno de espejos, o como lo llamaba el “la primera parada”, imponentes trece pisos forrados con espejo, Zed se encontraba mirando el piso, justo en el primer lugar que toco al bajar del camión, su respiración se tranquilizaba, sostenía a la altura de su pecho y con las dos manos ese maletín color marrón, luego lo tomo solo con una mano, alzo la cabeza, movió el cuello de un lado a otro y camino a la puerta del edificio espejeado.
Su paso era firme, entro en el vestíbulo, saludo con una sonrisa a la recepcionista –Hola Verónica-, ella respondió entusiasmada – ¡Hola gran Zed!- , atravesando la habitación se encontraban los elevadores, Zed siempre tomaba el de la derecha, presionaba el botón que obligaba a la caja a subir al piso trece, mientras subía Zed se preguntaba para el mismo que era lo que hacían en ese edificio, luego, como a eso del piso once ese pensamiento perdía interés en la mente de nuestro personaje y pensaba que fuera lo que fuera, el, o más bien su mercancía le hacía más ameno su trabajo a todos, una sonrisa invadía entonces la cara del grandulón en el momento en que también la puerta se abría, salía del elevador y se encontraba en otra habitación con una bella y joven recepcionista sentada en un elegante escritorio, colocado al lado de una gran puerta color rojo.
Zed aun con esa per turbante sonrisa en su rostro y mirando fijamente a la joven mujer, decía – Hola tengo una entrega personal para el Sr. Merickor- , la bella secretaria, siempre con una cara seria y sin voltear a ver al gigantón parado en medio de la habitación, alzo la bocina de un teléfono rojo situado en la esquina del gran escritorio, parecía decir unas palabras, esperaba un momento y luego decía, -pase-, Zed se encontraba ahora mirando los adornos tallados en la madera del escritorio de trabajo de aquella joven, se trataba de figuras como de demonios y ángeles, -¡Puede pasar señor!- casi grito la recepcionista, Zed volteo a verla, asombrado y distraído, soltó una risilla y dijo –Ok muchas gracias- .

jueves, 10 de diciembre de 2009

Sin Titulo (temporalmente) segunda parte (borrador)


El tipo de quien les hablo es, marx zedhich o como sus conocidos lo llamaban el gran, gran Zed. Ese día en particular, la yerba recolectada tenía un aspecto sumamente hermoso, ese color verde, parecía brillar dentro del empaque transparente que las contenía.
El vacuo suelo, que se podía ver luego de recolectar toda la marihuana, causaba un sentimiento de nostalgia en nuestro figurón. Suspiraba profunda y largamente, cerraba los ojos un momento y entraba de nuevo a la casa.
Pasaba caminando a través de la cocina, llegando a la sala de televisión, donde resaltaba una gran colección de videos y películas de todo el mundo.
Se inclinaba a un lado del sofá y guardaba treinta un bolsas en un desmesurado maletín, que solo un hombre de su tamaño podría cargar. Luego caminaba hasta su habitación con la bolsa sobrante, cerraba la gran puerta de madera. La puerta permanecía cerrada por al menos una hora, se escuchaba música a alto volumen, cuando al fin se abría la puerta, se podía divisar apenas la silueta de nuestro personaje entre humo que invadía toda la habitación. Sus ojos estaban rojos.
Entonces tomaba el maletín, y caminaba lentamente hasta la entrada de la casa, tomaba las llaves que estaban colgadas de la pared, justo al lado del marco de la puerta y salía.
Cerraba la puerta detrás de él, se daba la vuelta y aseguraba la cerradura con llave, esa mujer en bikini del llavero que acompañaba a la llave parecía danzar cuando esta daba vueltas en la cerradura.
Ya luego miraba la calle de extremo a extremo, su vecindario era, generalmente agradable, los vecinos eran perfectamente normales y aburridos, si es que eso puede existir. Zed sonreía y saludaba a todo quien se cruzaba con el, pero en realidad no les tomaba mucha atención, caminaba por la acera y esperaba el autobús, no tenia auto, creo que ni siquiera sabía manejar.
Ese día en particular se encontraba en la parada, una anciana que vivía en la casa de enfrente, Zed se paro a esperar junto a ella sin siquiera mirarla, pero, ella miraba muy fijamente a Zed, la mujer no media mas de un metro con cincuenta, tenía la cabeza muy levantada para apenas alcanzar a ver el mentón del gran hombre. –Hola- dijo la anciana, Zed no se movió, –Hola- repitió la anciana, esta vez mas fuerte y golpeando con su bastón la punta de los zapatos negros de piel del gran Zed, con gesto de disgusto Zed bajo la cabeza y dijo – Hola-, la anciana sonrió, un poco sorprendida, tal vez por ver la cara de su vecino por primera vez y dijo - ¿Cómo esta todo jovencito?, Zed dijo –Bien- y volvió la cabeza, mirando al extremo de la calle por donde llegaría su autobús. Luego de unos segundos pregunto -¿Y usted?, ¿Cómo le va?-, la anciana sonrió nuevamente, esta vez mas entusiasmada y respondió – excelente jovencito, gracias por preguntar- . Al momento en que la anciana finalizo su respuesta, se vio acercarse ese autobús verde que diariamente tomaba Zed, un sentimiento de satisfacción pareció controlar la expresión del gran hombre, levanto la mano para que el autobús lo recogiera, volteo a ver a la señora y dijo –tomo este camión, gusto en saludarla- , la anciana respondió –el gusto fue mío jovencito-, los dos sonrieron, Zed agachando la cabeza subió al camión y se sentó en un asiento vacío al fondo del camión, donde podía estirar sus largos pies, el camión avanzo, Zed miro a la anciana por la ventana mientras el camión avanzaba y dejaba esa imagen detrás, ella también lo miraba, aun con una expresión de gusto en su arrugado pero perlado rostro.

martes, 8 de diciembre de 2009

Sin Titulo (temporalmente) inicio (borrador)




Se despertó en la mañana, a eso de las 8:30, como era la costumbre, y por lo tanto, como lo hacia todos los días. La cama descansaba cuando el se levantaba, era un tipo muy grande, caminaba al baño, se veía la cara en ese vidrio espejado en forma de cuadro que tenia colgado en la pared centímetros encima del extravagante lavabo color purpura. Con una navaja asegurada a un rastrillo hecho de madera, cortaba los vellos nacidos en su cara, enjuagaba y se dirigía a la ducha, no tardaba mas de cinco minutos en salir, el tiempo que estaba ahí lo aprovechaba. Hablaba y hablaba, dándole gracias al agua, por ese placer de pararse debajo de ella y sentirla en todo el cuerpo, platicando las experiencias de un día anterior y más que nada sintiéndola.
Después de secarse reposado sobre la cama nuevamente, se dirigía al baño por segunda ocasión y se sentaba en el inodoro, que no era más que una caja de metal conectada a la tubería, aun me pregunto por qué no realizaba ese paso de su eterna rutina, antes de entrar a ducharse.

Salía al fin del baño, preparado se dirigió ahora a la cocina, abrió el frigo y saco un par de zanahorias y una botella vidria llena de leche, caminaba a donde aposentaba la estufa, encima de ella se encontraba una enorme alacena llena de cajas, de todas ellas siempre tomaba la misma.
Cogió un tazón de barro, vacio una cantidad razonable del contenido de la caja, que no era mas que cereal de sabores diferentes, todos combinados en una misma caja y luego agregaba leche.
Antes de sentarse a la mesa, tomaba también un cuchillo bien afilado y con mango de cuero negro, cortaba las zanahorias en cubos pequeños, mientras frente a èl, el cereal multi sabores se remojaba en la blanca leche.
Ya bien picadas las zanahorias, se levantaba y se transportaba nuevamente a examinar el contenido de la maquina refrigeradora, tomaba otro envase hecho completamente de vidrio, se dirigía a la mesa, se sentaba y disfrutaba de su cereal, luego limpiaba el tazón con un trapo, vaciaba los trozos de zanahoria ahí y vertía el contenido del segundo envase que también tragaba.
Al terminar llevaba todos los trastes usados y ensuciados al fregadero, que por alguna razón siempre estaba vacio.
Daba la vuelta y caminaba a la puerta del patio, no antes sin tomar una chaqueta azul, que colocaba cada noche al regresar a casa sobre un silla del comedor, salía entonces e inhalaba profundo con una sonrisa en el rostro. Entraba por su nariz un reconfortante olor a marihuana que invadía sus sentidos, frente a el, treinta idos plantas grandes que liberaban el mencionado aroma, caminaba entre ellas y las tocaba, luego las cortaba y las empaquetaba en treinta idos bolsas. Su trabajo principalmente era distribuirla, ganando claro dinero y aprecio de mucha gente.